De la comarca pacense “Tierras de Badajoz” recibimos dos obras relacionadas con San Vicente de Alcántara.
El Cristo de la Encina es una representación de la cruz que llama la atención y que tiene su origen en relatos de procedencia americana llegados a tierras extremeñas. Desde Chile se había propagado, en el siglo XVII, la aparición del Cristo de Limache en la que se describía cómo un indio encontró un árbol con forma de cruz prefecta y en cuyo tronco aparecía la figura del crucificado hasta la cintura. Conocedora del hecho, una señora principal y devota del lugar llevó a sus tierras esta particular cruz y erigió un templo en su honor.
En el siglo XVIII se pasa del Cristo de Limache al Cristo de la Encina en forma de leyenda milagrosa relacionada con las conversiones. Estas quedaron reflejadas en grabados y obras pictóricas que sitúan el acontecimiento en terrenos brasileños, en base a la indumentaria del leñador que se corresponde con la de un indio tupí, o en zonas bolivianas.
En alguna tradición local extremeña se detalla que todo tiene lugar en la hacienda del indiano de Ceclavín, cerca de Alcántara en la provincia de Cáceres, José Sánchez que consiguió convertir a un indio. Túpac, hermano del convertido, enfadado y consciente que había de renunciar a la hija del señor de la que estaba enamorado, descargó su furia contra el árbol bajo el que había sido enterrada la esposa de José. Al comenzar a talar el árbol apareció la imagen de Cristo crucificado y así Túpac se convirtió al cristianismo y pudo casarse como deseaba.
El lienzo del Cristo de la Encina de San Vicente es fiel a estas leyendas al mostrar todos los elementos: el indio sorprendido, Cristo de cintura para arriba y el detalle de las rodillas y los pies, fruto de los primeros hachazos de Túpac, el paisaje urbano que podría representar la hacienda y el templo construido y, finalmente, los pájaros cuyo colorido evocan las exóticas aves amazónicas.
Antonio Martínez Cid de Rivera (1941), natural de San Vicente de Alcántara, es un pintor autodidacta, dedicado principalmente a la técnica de la acuarela donde representa con singular maestría paisajes sin la presencia humana, potenciándose así la atención de los mismos en la importancia de la luz y la atmósfera que los envuelve.
Después de la lluvia, representa un campo cruzado invadido por la niebla otoñal, un paisaje brumoso, húmedo y frío. Resulta una composición muy equilibrada entre la masa y el vacío, entre tierras y celajes, produciendo en el espectador una sensación de tranquilidad, de paz, que invita a introducirse en el paisaje. Martínez Cid muestra su dominio de la acuarela, utilizando una gama de colores fríos donde destacan los grises, azules y violetas. El estilo podría adscribirse a un impresionismo delicado y muy personal.
Cristo de la Encina
Anónimo, siglo XVIII
Óleo sobre lienzo
188 x 139 cm
Parroquia San Vicente Mártir (San Vicente de Alcántara)
Después de la lluvia
Antonio Martínez Cid de Rivera
36 x 51 cm
Acuarela
Firmada y fechada en 1988
Badajoz. Museo de Bellas Artes